Los Cardenales se han dado un último festival frente al Cónclave. El menú que comenzó en 1274
Él cónclave es uno de los eventos más intrigantes dentro de la Iglesia Católica, un proceso en el que



Él cónclave es uno de los eventos más intrigantes dentro de la Iglesia Católica, un proceso en el que los Cardenales se reúnen para elegir a un nuevo Papa, y puede llegar a ser eterno. La historia está repleta de ejemplos que nos ilustran lo que puede suceder cuando esas puertas se cierran. Un notable caso en la historia fue la reunión que culminó con el anuncio de Gregorio X, que se prolongó por casi tres años, especialmente largo que obligó a los participantes a tomar medidas extremas para lograr un consenso. Durante este prolongado periodo de deliberación, el menú ofrecido a los Cardenales puede ser un desafío considerable, tanto logísticamente como emocionalmente.
¿Qué comen las papas futuras? La comida que se sirve durante un cónclave papal tiene una larga historia que se remonta a 750 años de confidencialidad absoluta. Lo que parece ser un detalle logístico menor —alimentar adecuadamente a 135 cardenales en días, semanas o incluso años— es, en realidad, una parte esencial de un proceso profundamente ritualizado y cuidadosamente protegido que rodea este evento secreto de la Iglesia Católica.
La comida puede comunicar tanto como la palabra misma. Se ha instituido un sistema de control casi obsesivo que incluye la prohibición de ciertos alimentos y bebidas. Por ejemplo, se evitan los pasteles cubiertos, los pollos enteros o las bebidas servidas en contenedores opacos, que podrían ser utilizados para enviar mensajes ocultos. En épocas recientes, incluso una simple empanada podría haber ocultado un mensaje cifrado, mientras que una servilleta sucia podría haber servido de medio para comunicación clandestina. Actualmente, si bien la preocupación principal se centra en la seguridad de los dispositivos electrónicos, la lógica detrás del monitoreo permanece inalterable, manteniendo la naturaleza secreta del proceso. Lo que los Cardenales comen, cómo lo hacen y con quién lo comparten sigue siendo parte de un marco simbólico y práctico intrincado, diseñado para proteger el secreto del humo blanco.
Tradición del milenio. Según la BBC, esta serie de restricciones alimenticias tiene su origen en 1274, cuando el Papa Gregor X experimentó el cónclave más largo de la historia, que duró desde 1268 hasta 1271. En esos tiempos, se impusieron normas severas para evitar estancamientos en la elección, como el aislamiento absoluto y el racionamiento progresivo de los alimentos. Si no había consenso después de tres días, los Cardenales solo recibirían una comida al día y, tras ocho días, solo pan y agua. Estas reglas fueron suavizadas en el siglo XIV con la intervención de Clemente VI, que aprobó tres comidas diarias, aunque el control sobre la alimentación continuó siendo central.
Con el paso del tiempo, la comida dejó de ser un simple privilegio y se transformó en una parte esencial del ritual cónclave. Durante el Renacimiento, el célebre chef Bartolomeo Scappi fue uno de los primeros en documentar el protocolo culinario de las elecciones papales, describiendo en detalle cómo se llevaban a cabo las comidas. Estas eran transportadas por capas de manera que se evitara cualquier contacto visual entre chefs y cardenales, monitoreadas rigurosamente por la guardia suiza e italiana. La preparación de los alimentos también se hacía con sumo cuidado: la presentación era simple, pero abundante, e incluso las servilletas eran inspeccionadas meticulosamente.
Comidas austeras. A diferencia de la extravagancia del Renacimiento, donde Scappi ofrecía ensaladas, frutas y vinos exquisitos, la iglesia actual ha adoptado un mensaje de austeridad reflejado en el estilo del Papa Francisco. Para el cónclave que comienza el 7 de mayo, las monjas del Domus Santae Marthae se encargarán de preparar platos simples de la cocina de Lazio y Abruzzo, que incluirán minestrone, espaguetis, arrosticini y vegetales cocinados.
A pesar de los cambios en la preparación de los alimentos, la intención de mantener la vigilancia permanece sin alteraciones. La cocina, todavía considerada un potencial riesgo, requiere un seguimiento especial debido a su importancia ritual. En efecto, se han representado tensiones relacionadas con esta dinámica incluso en películas como Cónclave, donde se dramatiza la idea de que la cocina puede convertirse en un centro de intriga, donde la interacción humana sigue siendo posible a pesar del silencio general. Si bien estos filmes no reflejan la realidad de manera exacta, evitan capturar una verdad esencial: en estos eventos donde la conversación puede ser limitada, cada acción lleva un significado especial.
Del lujo al obligatorio. Muchos cardenales también frecuentan restaurantes en Roma antes del cónclave, disfrutando de un último festín en lugares como Al Passetto di Borgo, situado a una corta distancia de la basílica de San Pedro. Algunos platos han adquirido notoriedad, como la lasaña que disfruta Donald Wuerl o el calamar a la parrilla de Francesco Coccopalmerio.
Este ritual de la cena puede evocar nostalgia por la libertad antes de sumergirse en la atmósfera estricta del cónclave, donde cada acción se realiza bajo un ojo meticuloso. El contraste entre el bullicio de los comedores romanos y el silencio reverencial de los espacios papales no solo acentúa el paso al aislamiento, sino que también simboliza la profunda carga simbólica que tiene la comida como un umbral entre el mundo exterior y el recinto sagrado.
Monitoreo que tiene existencia. Aunque en la actualidad no hay tanto miedo a los venenos como en el Renacimiento, la lógica del aislamiento total sigue siendo relevante. El control de la comida sigue en pie, manteniendo los principios originales: prevenir interferencias, resguardar el secreto y proteger la sacralidad del proceso.
El hecho de que un cardenal participe en el cónclave con el estómago lleno, pero centrado únicamente en su voto, no es accidental. La comida no debe ser una distracción ni convertirse en un vehículo para influencias externas. Aunque ya no se revisan los pollos rellenos en busca de mensajes secretos, la vigilancia continúa, asegurando que no haya micrófonos u otros dispositivos ocultos en los alimentos.
Una metáfora de la iglesia. De esta manera, el monitoreo de los alimentos no es únicamente una cuestión de seguridad, sino también una expresión de identidad de la propia iglesia. En un contexto de transición en el que se decide quién será el nuevo líder espiritual de más de 1.400 millones de católicos, cada gesto y acción se ritualiza. Desde esta perspectiva, la alimentación se transforma de una necesidad biológica en un acto litúrgico de contención, disciplina y comunidad.
La mesa concreta donde se reúne la cúpula no representa solo nutrientes, sino también comunidad y secreto. Muy probablemente, mientras los Cardenales se preparan para escoger al sucesor de la Excelencia, recordarán cada bocado de ese último plato de lasaña en Roma.
Imagen | Iglesia católica, captada por Gloria García, y Comercio de ratones
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