Las autoridades locales se han convertido en objetivos para los narcotraficantes en la región
El 1 de febrero, la administración Donald Trump acusó al gobierno de México de mantener una «alianza insoportable» con

El 1 de febrero, la administración Donald Trump acusó al gobierno de México de mantener una «alianza insoportable» con las organizaciones de drogas. Esta acusación fue inmediata y enérgicamente rechazada por la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, quien la calificó de una calumnia infundada. No obstante, la Casa Blanca no presentó nuevas pruebas que respaldaran su declaración, lo cual es comprensible, ya que la obtención de tales evidencias suele ser complicada. A pesar de los numerosos escándalos de corrupción relacionada con el narcotráfico que han marcado a gobiernos previos —como lo demuestra la condena del ex Secretario de Seguridad Federal, Genaro García Luna, en un tribunal federal de Estados Unidos— no se ha aportado evidencia concreta que sugiera la complicidad de los recientes presidentes mexicanos.
Probablemente, la declaración del gobierno estadounidense se refiera a una serie de gobernadores y alcaldes mexicanos condenados por mantener conexiones con el crimen organizado. En la última década, cinco ex gobernadores de México han sido encarcelados y otros dos han sido sancionados por los Estados Unidos. Los nombres de ex funcionarios acusados de colaborar con organizaciones criminales son numerosos, y revelan un panorama preocupante.
José Nicolás Amaya Ramírez, conocido con el alias de Che, después de su captura. Foto:Videocleto
Lo que realmente debería preocupar a Trump, Sheinbaum y demás líderes regionales es cómo el narcotráfico ha infiltrado las estructuras políticas a niveles locales y regionales. Esta alarmante situación es un subproducto de cambios significativos que han ocurrido en los últimos 15 años. En 2010, los grupos criminales comprendieron que infiltrarse en gubernaturas y alcaldías resultaba más efectivo que tratar de dominar gobiernos nacionales o congresos.
Desde entonces, la injerencia del narcotráfico en la política local ha crecido, deteriorando la democracia, el estado de derecho y las condiciones de inversión en diversos territorios. De hecho, los costos directos relacionados con el crimen y la violencia en América Latina representaron un alarmante 3.4% del PIB regional en 2022, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Los presidentes deben priorizar el desmantelamiento de esta influencia local, incluso si eso implica enfrentarse a sus propias bases de apoyo.
A nivel local
Hasta la década de 1990, las estrategias de los narcotraficantes podían ser más sencillas, ya que trataban de comprar o asustar a los líderes políticos, apuntando a las cúpulas del poder. Sin embargo, esta táctica ha evolucionado y es evidente en casos recientes como el del ex presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, quien fue sancionado en junio de 2024 por su implicación en el tráfico de drogas en Estados Unidos.
Retada contra tiradores de drogas. Foto:Tiempo de Mauricio Moreno
No obstante, en gran parte de América Latina, las organizaciones criminales han modificado gradualmente sus tácticas, volviéndose más locales y eficaces en sus métodos. Durante la última década, el crecimiento de la demanda mundial de cocaína, oro ilegal y trata de personas ha llevado a un auge sin precedentes. Esta situación, unida a la represión de los gobiernos, ha contribuido al fenómeno que denomino «crimen reorganizado». En este contexto, grupos criminales tradicionales y nuevos compiten por el control de los mercados y territorios.
El «crimen reorganizado» se ha integrado de forma natural en la competencia política local que existe en América Latina. La descentralización política entre 1990 y 2000 otorgó a los alcaldes y gobernadores un poder considerable, controlando no solo la policía local sino también contratos públicos lucrativos. Con el aumento de los costos de las campañas electorales, las máquinas políticas tradicionales fueron debilitándose, abriendo un vacío que el crimen organizado ha sabido aprovechar.
Poder paralelo
En diversas regiones de México, Colombia, Brasil, Ecuador y América Central, el crimen organizado se ha consolidado como un «poder paralelo», coexistiendo con el estado. Estos grupos poseen sus propias fuentes de ingresos ilegales y pueden funcionar en colaboración, oposición o coexistencia con las autoridades locales, según lo que mejor les convenga.
Al igual que los partidos políticos, estos grupos criminales llevan a cabo sus propias primarias de facto, obligando a los candidatos a revelar sus intenciones electorales o, en ocasiones, asesinando a aquellos que consideran una amenaza. Por ejemplo, en Chiapas y Michoacán, estados que han sufrido gravemente por el crimen, durante las elecciones generales de 2024 diez candidatos a cargos locales fueron asesinados, mientras que cientos de aspirantes se retiraron antes de la jornada electoral.
Estos grupos también pueden reemplazar miembros de partidos que están involucrados en el proceso electoral, tal como sucedió en 2021 en Sinaloa, donde numerosos activistas del partido de oposición fueron secuestrados antes de las elecciones. Tanto antes como después de los comicios, las organizaciones criminales negocian contratos en secreto con los ganadores, frecuentemente utilizando la violencia como método de presión. Cuando estos acuerdos se respetan, los delincuentes convierten la administración pública en una herramienta para gestionar sus actividades ilícitas. Los contratos gubernamentales se transforman en canales de lavado de dinero y propiedades mal adquiridas son legitimadas, mientras que en ocasiones recurren al apoyo de la policía local. Según informes, las dos principales bandas en Brasil, el Primer Comando de la Capital (PCC) y el Comando Vermelho (CV) dominan estas prácticas.
Costos de control local
La influencia criminal en la política local puede ser menos visible, pero no por ello deja de ser devastadora. Esta realidad facilita que los presidentes ignoren el problema. En Colombia, por ejemplo, el asesinato y las amenazas hacia líderes políticos han casi triplicado desde 2015 hasta 2023. México y Brasil enfrentan aumentos similares, si no mayores. Las víctimas de esta violencia son casi siempre funcionarios de gobierno a nivel municipal o estatal.
Militares y policías realizan operaciones conjuntas en Ecuador contra grupos criminales. Foto:X Cuenta X para las fuerzas armadas ecuatorianas
El crimen organizado socava la democracia y el estado de derecho. En aquellos lugares donde los grupos criminales ejercen un gran poder político, los votantes no pueden estar seguros de que eligen realmente a sus representantes, dado que es posible que los candidatos estén respaldados por el crimen. Además, es poco probable que haya condiciones iguales para la competencia electoral, ni que exista un periodismo libre, debido a la presión que enfrentan los medios de comunicación por parte del crimen.
En estas regiones, el sistema judicial local pierde credibilidad. En el caso de Guerrero, por ejemplo, donde el crimen y la política están entrelazados, más de la mitad del personal de la fiscalía estatal se ve obligado a someterse a verificaciones de antecedentes, y muchos rehúsan hacerlo o no las superan. Desde 2023, varios fiscales y ex-fiscales han sido asesinados en esta área.
Al mismo tiempo, las economías y las inversiones legales se ven severamente afectadas. En Sinaloa, Morelos y Tamaulipas, donde la presencia de grupos criminales es intensa, la inversión extranjera directa ha caído por debajo de los niveles previos a la pandemia de Covid-19. La empresa energética Light, en Río de Janeiro, se declaró en bancarrota el 12 de mayo de 2023, debido a que milicias y grupos armados, según el Ministro de Justicia, Flávio Dino, “protegidos por políticos locales”, robaban sus productos y exigían exorbitantes pagos por protección.
En ciudades brasileñas con altos índices de violencia, las empresas han reducido su inversión en instalaciones para empleados y en investigación y desarrollo. Un estudio del Fondo Monetario Internacional (FMI) revela que reducir los niveles de asesinatos en municipios con alta criminalidad podría aumentar su producción económica en un 30%. Por lo tanto, reducir el control del crimen sobre la política local es fundamental para permitir el crecimiento.
Debes tomar medidas
Para enfrentar este reto, es imprescindible que los presidentes y fiscales de la región investiguen a los gobernadores y alcaldes que colaboran con el crimen organizado, exigiendo responsabilidad y ofreciendo protección adecuada a quienes deciden resistir. En Brasil, las autoridades han comenzado a tomar medidas, aunque la infiltración del crimen en la política local sigue siendo un problema serio. En 2023, la Policía Federal desmanteló un complot criminal que planeaba secuestrar y asesinar a autoridades en cinco estados. Además, las autoridades congelaron fondos de organizaciones criminales destinados a financiar candidatos locales en elecciones municipales y estatales del año anterior.
Desafortunadamente, la política a menudo se interpone en este camino. Los presidentes temen perder apoyo legislativo y la lealtad dentro de sus propios partidos si se atreven a perseguir a funcionarios corruptos. En México, las revelaciones de documentos militares por parte del grupo hacker Guacamaya sugerían que la inteligencia militar creía que al menos tres gobernadores del partido Morena habían reclutado elementos vinculados al crimen organizado en sus administraciones. Sin embargo, el fiscal federal no ha iniciado ninguna investigación en relación a estos cargos. Todos los gobernadores implicados han negado las acusaciones.
El crimen organizado no necesita un control absoluto sobre el estado para prosperar; solo requiere mantener su lucha por el poder local. Si Trump, Sheinbaum y otros líderes realmente desean debilitar su influencia, deben concentrarse en reducir su poder político en lo local.
Will Freeman
America’s Quarterly
Investigadores de América Latina en relaciones extranjeras. Además, los invitamos a ver nuestro documental «Explotación sexual en Cartagena: Voces Silenciadas.»
Documental para el periodista Jineth Bedoya.