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Es el nuevo ritual social – Desde dentro

Hay un condimento universal en nuestras comidas que cada vez ha cobrado más importancia en los últimos años: una

Es el nuevo ritual social

 – Desde dentro

Hay un condimento universal en nuestras comidas que cada vez ha cobrado más importancia en los últimos años: una mampara delante del plato. Ya sea un desayuno rápido, un almuerzo en el escritorio junto al teclado o una cena en el sofá después de un día agotador: masticamos mientras nos desplazamos con la misma automatización con la que respiramos.

El acto de comer sin mirar a nada –vídeos cortos verticales, una serie, un vídeo de diez minutos– ha pasado de un acto cotidiano a uno casi antinatural. Como si la comida por sí sola no fuera estímulo suficiente para esos quince minutos.

Hay circunstancias que nos llevan a comer solos: la vida sin pareja, el teletrabajo, los estudios, un viaje de negocios o la dinámica del cubículo de la oficina. Todos coinciden en el mismo ritual: la pantalla ya no es sólo una compañera ocasional, sino el marco definitorio de la experiencia gastronómica moderna. El problema no es la soledad física, sino la incapacidad de estar presente incluso cuando está acompañado.

Hemos reconfigurado la comida: ahora es necesario optimizar el tiempo de inactividad. La comida se ha convertido en una molesta necesidad biológica que interrumpe nuestra vida real que transcurre en las pantallas. Por eso observamos mientras comemos. Youtube: no para hacer más agradable comer, sino para evitar perder esos minutos en algo tan banal como comer.

La pantalla nos salva de la terrible ineficiencia de una simple alimentación. Nos permite seguir consumiendo información, entretenimiento y validación social mientras nos llenamos la boca.

Y aquí hay algo aún más oscuro: comer juntos ha sido el pegamento social fundamental durante miles de años. No es casualidad que todas las religiones tengan rituales alimentarios, que todos los acuerdos importantes se sellen con banquetes, que la palabra “compañero” etimológicamente proviene de “compartir pan”..

Comer frente a pantallas –solo o acompañado– No sólo perdemos la conversación, también perdemos el entrenamiento diario en la reciprocidad, en los ritmos de dar y recibir que estructuran toda la vida social.. Un niño que crece viendo TikTok mientras cena en el parque aprende que la comunicación es unidireccional, que el entretenimiento no requiere esfuerzo mutuo, que la presencia de cada uno es opcional y, en última instancia, reemplazable.

Naturalmente, el mercado ha reconocido esta tendencia con su habitual precisión. Los productos alimenticios ahora están diseñados para ser consumidos por una sola persona y con una sola mano: bochas que no requieren cuchillo, envolturas Esto libera la mano de voluta, Aperitivos dosificado para un refrigerio intermedio historias.

Las aplicaciones de Entrega Han perfeccionado el arte de la satisfacción en solitario, con algoritmos que reconocen tus deseos y se anticipan a ellos. Todo el ecosistema alimentario se está reconfigurando en torno a este nuevo comensal atomizado que come sin conciencia, mastica sin saborear, traga sin compartir. es eso Taylorización decisivo para el acto de comer: eficiente, individual, sin ninguna dimensión ritual o social.

Pero sin duda, Lo más preocupante de todo es nuestro malestar cuando alguien come solo, sin pantalla, en un espacio público.. Nos molesta la persona que simplemente come y mira al vacío o a su plato. ¿En qué estás pensando? ¿Por qué no te distraes? ¿No siente la presión de parecer ocupado, conectado y relevante?

Su simple presencia revela nuestra propia incapacidad para estar solos, nuestra adicción a la mediación digital incluso en las acciones más básicas. Estamos en un punto en el que la soledad sin pantallas se interpreta como un fracaso social, como si no recibir notificaciones durante las comidas fuera un signo de irrelevancia.

La paradoja final vale la pena. El beso del chef: Nunca hemos estado tan conectados y nunca hemos comido tan solos.. Compartimos memes mientras ignoramos a todos los que tenemos delante, documentamos platos que nadie quiere compartir con nosotros, tenemos una vida social digital mientras nuestra vida social analógica se desvanece.

Mientras los antropólogos del futuro estudian nuestra civilización, pueden preguntarse cómo una especie que evolucionó compartiendo alimentos alrededor del fuego terminó mirando rectángulos brillantes mientras masticaba en soledad, convencida de que esto era progreso.

En | Una generación perpetuamente desenfocada: “No puedo hacer nada sin mirar el teléfono durante más de quince minutos”.

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