Peligros y desafíos de la nueva doctrina de seguridad hemisférica de EE.UU. – Desde dentro
La administración de Donald Trump ha lanzado la operación militar más agresiva en América Latina desde la invasión de
La administración de Donald Trump ha lanzado la operación militar más agresiva en América Latina desde la invasión de Panamá en 1989. Bajo el nombre En la Operación Southern Spear, el gobierno de Estados Unidos ha desplegado un portaaviones con armas nucleares en el Caribe y el Pacífico. grupos de ataque navales, aviones de vigilancia, drones armados y sistemas robóticos de interdicción letal contra barcos que cree que están vinculados al tráfico de drogas. La operación introduce una ruptura drástica con la estrategia antidrogas de las últimas tres décadas y redefine los límites de la participación militar estadounidense en la región.
Para Colombia, un país históricamente entrelazado con la política antidrogas de Estados Unidos, la nueva doctrina plantea desafíos que trascienden lo militar: amenaza la seguridad de su población marítima, tensa la cooperación bilateral, alimenta percepciones negativas en la comunidad internacional y reconfigura su posición en el orden hemisférico. Comprender el alcance y las implicaciones de Lanza del Sur es fundamental para interpretar el nuevo entorno geoestratégico que se abre en el Caribe y el Pacífico.
Lo que sigue examina el cambio doctrinal, la escala de la ofensiva, el simbolismo estratégico del portaaviones USS Gerald R. Ford y los efectos directos que enfrenta Colombia en un escenario donde la militarización de la lucha contra las drogas adquiere dimensiones sin precedentes.
guerra abierta
El secretario de Defensa, Pete Hegseth, cuyo cargo pasó a llamarse «Secretario de Guerra», describió los objetivos de la misión Southern Spear en una declaración publicada en la red social X el 13 de noviembre de 2025:
«(…) Esta misión defiende nuestra patria, elimina a los narcoterroristas de nuestro hemisferio y protege nuestra patria de las drogas que están matando a nuestro pueblo» (traducción del autor).
La retórica del “narcoterrorismo” –ya utilizada durante la primera administración Trump– está adquiriendo ahora un peso operativo real. Los barcos sospechosos no son interceptados ni perseguidos: son destruidos. Esto marca una ruptura radical con años de práctica en la que predominaban la captura, la confiscación y la revisión judicial, generalmente con el apoyo de fuerzas locales como las de Colombia, Ecuador y Panamá.
El cambio también conduce a un retorno explícito a la doctrina de la acción unilateral. Aunque el Departamento de Estado señala que los ataques se están llevando a cabo «en aguas internacionales» y bajo parámetros de seguridad nacional, varios gobiernos latinoamericanos han cuestionado tanto la falta de información como la legalidad de los bombardeos. La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos calificó los ataques de «inaceptables» y advirtió del riesgo de ejecuciones extrajudiciales.
En este marco doctrinal, la «defensa del hemisferio» —frase recurrente en las comunicaciones oficiales— se interpreta como la justificación estratégica para ampliar el radio de las operaciones militares sin depender de la cooperación regional tradicional.
La Operación Southern Lance comenzó con una serie de ataques mortales en el Caribe, lo que marcó un cambio dramático en la postura militar estadounidense en la región. Esta ofensiva se ha consolidado con la llegada y despliegue del portaaviones USS Gerald R. Ford, cuya avanzada tecnología y capacidades operativas refuerzan la estrategia de interdicción y proyectan una presencia militar sin precedentes en «aguas latinoamericanas».
La escala de la operación representa un cambio profundo en la política estadounidense hacia la región. Si la lucha contra las drogas en las últimas décadas había oscilado entre la cooperación policial, la asistencia técnica y los programas de desarrollo, la nueva estrategia de la administración Trump redefine la lucha contra el narcotráfico como un conflicto armado transnacional.
Desde septiembre de 2025, cifras de medios internacionales confirman que la operación ha escalado rápidamente. Hasta el momento, el Pentágono ha registrado al menos una veintena de ataques con casi ochenta muertos. Ninguno de los operativos ha resultado en capturas; Todos han sido ataques puntuales que han destruido las embarcaciones.
El patrón es consistente: identificación aérea o con drones, seguimiento y ataque con armas de precisión. No hay evidencia pública de que los barcos fueran advertidos, interceptados o detenidos. Los registros tampoco muestran ningún intento de rescatar a los supervivientes ni de recuperar los cuerpos.
Las consecuencias y riesgos de esta ofensiva lanzada por el gobierno estadounidense se pueden resumir de la siguiente manera:
– Legalidad cuestionada: La ONU y varios organismos de derechos humanos sostienen que los ataques constituyen posibles ejecuciones extrajudiciales, por la falta del debido proceso, la falta de capturas y la opacidad de los criterios de selección de objetivos.
– Riesgo de víctimas civiles: los pescadores artesanales y los barcos de trabajo pueden confundirse con lanchas a motor que transportan contrabando. En regiones del Caribe colombiano, panameño y venezolano, las embarcaciones con potentes motores son comunes y no necesariamente delictivas.
– Escalada difícil de contener: la frecuencia de los ataques -más de uno cada cuatro días desde septiembre- sugiere una operación sostenida con reglas de enfrentamiento ampliadas.
– Precedente militar de no retorno: la prohibición letal establece un nuevo curso de acción que puede normalizar el uso de la fuerza militar contra objetivos en aguas internacionales.
El despliegue del portaaviones USS Gerald R. Ford (CVN-78) ha sido la señal más fuerte de que la operación no es sólo una patrulla ampliada. Se trata del portaaviones más grande y tecnológicamente más avanzado del mundo: una plataforma de casi 100.000 toneladas, equipada con 75 aviones, un sistema de lanzamiento electromagnético (EMALS) y un radar avanzado. Su grupo de ataque incluye destructores, buques logísticos y aviones de vigilancia de largo alcance.
El USS Gerald R. Ford abandonó las operaciones en el Mediterráneo a principios de noviembre de 2025 para entrar en el área de responsabilidad del Comando Sur de los Estados Unidos (Southcom). El Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) señaló que su presencia tiene como objetivo apoyar la destrucción de redes criminales marítimas y «defender la patria estadounidense».
Las señales políticas y militares detrás del despliegue son claras:
– Estados Unidos está dispuesto a utilizar armas convencionales en una misión contra las drogas.
– Busca proyectar fortaleza en el Caribe y el Pacífico, regiones tradicionalmente sensibles para la diplomacia latinoamericana.
– Eleva el nivel de riesgo para terceros países cuyos mares o zonas económicas exclusivas converjan con las rutas de prohibición.
Además, el uso de un portaaviones para atacar lanchas rápidas (objetivos a los que normalmente se enfrentaría la Guardia Costera) sugiere que la misión tiene un mayor alcance estratégico: control territorial, presión política y capacidad de responder rápidamente a cualquier incidente.
Implicaciones para Colombia
Por su ubicación geográfica, su historia bilateral y la dinámica del conflicto interno, Colombia se encuentra en el epicentro de las consecuencias de esta operación. Los riesgos se concentran en tres frentes principales.
Primero, riesgos inmediatos para la población marítima colombiana. El Caribe y el Pacífico colombiano son zonas donde operan pescadores artesanales, embarcaciones navieras, comunidades costeras indígenas y afrodescendientes, así como grupos armados ilegales, como el ELN y disidencias de las FARC.
La presencia de fuerzas navales estadounidenses con enorme capacidad destructiva crea riesgos muy elevados de confusión entre embarcaciones civiles y criminales, dada la similitud en su diseño; escuchas telefónicas ilícitas, detenciones o incluso ataques accidentales; cambio en las rutas pesqueras, afectando la seguridad alimentaria de miles de familias; enfrentamientos con grupos armados en zonas de tránsito compartidas; y cualquier incidente diplomático si ciudadanos colombianos resultan muertos o heridos. Lejos de ser un riesgo abstracto, existen consecuencias humanitarias y económicas directas para regiones ya vulnerables como La Guajira, el archipiélago de San Andrés, Chocó y Nariño.
En segundo lugar, hay una ruptura en la cooperación bilateral en materia de seguridad. La operación ha empeorado seriamente las relaciones entre Bogotá y Washington. La decisión del presidente colombiano Gustavo Petros de suspender el intercambio de inteligencia, tras la decisión de Gran Bretaña de dejar de compartir información en medio de acusaciones de abusos a los derechos humanos por parte del Pentágono, marcó una ruptura histórica en la cooperación antinarcóticos.
Petro ha insistido en que cualquier lucha contra las drogas debe respetar los derechos humanos de los pueblos del Caribe, desmarcándose del paradigma del Plan Colombia. El resultado ha sido inmediato: Colombia pasó de ser un aliado clave a convertirse en un país sospechoso de «cooperación inadecuada», lo que llevó a la descertificación antidrogas y sanciones contra funcionarios del gobierno.
Esto reconfigura el equilibrio regional y deja a Colombia en una posición frágil frente a las presiones externas.
En tercer lugar, hay un deterioro de la imagen internacional y consecuencias económicas. El uso repetido de la frase «narcoterrorismo hemisférico» por parte de congresistas estadounidenses, acompañado de insinuaciones de que Colombia comparte problemas estructurales con Venezuela y Cuba, genera una narrativa peligrosa.
Este discurso daña la reputación internacional del país, desalienta la inversión extranjera, afecta la cooperación entre agencias multilaterales y aumenta la polarización interna al convertir la política exterior en un tema de disputa interna.
La retórica estadounidense coloca a Colombia en una posición incómoda entre aliados y adversarios, lo que dificulta el desarrollo de una estrategia diplomática coherente.
Como resultado, Colombia enfrenta un dilema complejo y sin precedentes. Si apoya plenamente la operación estadounidense, corre el riesgo de validar ataques mortales que podrían involucrar a ciudadanos colombianos y abrir un precedente para una intervención militar extranjera en sus mares. Oponerse abiertamente a ello profundiza la ya evidente crisis diplomática con Washington, que pone en riesgo la ayuda económica, la cooperación en materia de inteligencia y el apoyo internacional.
El país está atrapado en una zona gris en la que no puede romper con Estados Unidos ni apoyar una operación que ponga en peligro su soberanía marítima y su seguridad humana.
Nuevo pedido en disputa
Lanza del Sur marca un antes y un después en la seguridad hemisférica. Constituye una militarización acelerada de la guerra contra las drogas, acompañada de una narrativa de defensa nacional exacerbada por la estrategia unilateral de Estados Unidos. El buque insignia USS Gerald R. Ford sirve como símbolo de esta nueva etapa: poder marítimo, disuasión y un mensaje inequívoco de supremacía estratégica.
Para Colombia, el desafío no es sólo reaccionar ante la operación, sino recalibrar su posición en un hemisferio donde el narcotráfico se ha convertido en la justificación para acciones militares a gran escala. En un entorno donde se combinan riesgos de víctimas civiles, tensiones diplomáticas y presiones geopolíticas, debe definir claramente su papel: ¿actor subordinado, socio negociador o defensor autónomo de sus mares y su gente?
Lo que suceda en los próximos meses no sólo determinará el curso de la lucha contra las drogas, sino también la arquitectura de seguridad del Caribe y el Pacífico para la próxima década.
MARCELLA ANZOLA
Razón pública (**)
Abogado de la Universidad Externado de Colombia, LL. M. de la Universidad de Heidelberg y la Universidad de Miami, consultor independiente.
(**) Public Reason es un centro de pensamiento que tiene como objetivo asegurar que los mejores analistas ganen más influencia en la toma de decisiones en Colombia.



